STEFAN ZWEIG VIVE EN BARCELONA

Domingo, 31 de Enero de 2010 19:52 ARNOLDO LIBERMAN
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   luz de visperas  UN ARTÍCULO DE ARNOLDO LIBERMAN A PROPÓSITO DE MAURICIO WIESENTHAL, STEFAN ZWEIG Y OTRAS MARAVILLAS                            

Stefan Zweig vive en Barcelona “La melancolía vuela más ligero que mis pasos”                                                     

Mauricio Wiesenthal.

                  Mauricio Wiesenthal. Estimado lector, acabo de escribir el nombre y apellido de un ser excepcional, es decir, de un poeta conmovido por la vida y por ello digno merecedor de sus bienes;

Wiesenthal no es sólo un escritor talentoso, un estilista singular, un narrador apasionante, un viajero sin tregua: es mucho más, un ser dotado por Dios (o quién sea) de una sensibilidad infrecuente, de un refinamiento humanista, de una mirada prístina y sabia de sibarita culto, de un lenguaje preciosista y erudito, lúcido en su interpretación de la realidad y profundamente imaginativo en su capacidad creadora con la que se rodea de mundos mágicos, habitados de misterio y fascinación, en fin, un descubrimiento que aunque sea goce de minorías – su novela y sus dos obras anteriores rondan las mil páginas cada una- es hoy por hoy una fiesta de la lectura y el espíritu. Lo conmovedor de este “catalán de raíces judías” –como dicen algunos críticos- es que detrás de ese sutilísimo y sediento amor a la cultura hay un hombre que pisa la tierra, que parece estar de vuelta de un hondo y multifacético viaje por la vida, que alardea –con exquisito tino- de sus conocimientos y su curiosidad y que es capaz de simbiotizar de una manera transparente y humanista las religiones que han gestado la mejor Europa, la de Stefan Zweig y Joseph Roth, la de Thomas Mann y Rilke, la de todos aquellos nombres notables que nunca dieron por desaparecidas las raíces que brotaron la inmensa maravilla que ha sido (y es ) Europa pese a las vicisitudes contemporáneas. Raíces que nacieron en el suelo griego y judío. Raíces griegas que aún lo emocionan en el sonido de su lengua porque habitaron su infancia, “cuando mi padre me hacía leer el canto homérico de la tristeza de Aquiles para enseñarme que la victoria no produce la felicidad porque en el combate el triunfo de uno presupone la derrota del otro”. Raíces de un hombre que al monasterio de esta novela le pone el nombre de “Talit”, es decir, un nombre judío y sagrado. Raíces de un excepcional escritor valiente y a veces zumbón que hace de la exhuberancia de su cultura un llamado hondo por los ideales humanos. Su última obra (a la que se refieren estas palabras más concretamente) se titula “Luz de vísperas” y su personaje se llama Gustav Mayer, un escritor de origen judío nacido en Viena a finales del siglo XIX que sufre todos los vaivenes de la asimilación pero que en ningún momento reniega de sus orígenes y su primitiva pertenencia (no puedo evitar pensar en que Gustav Mayer, incluso eufónicamente, me hace pensar en Gustav Mahler). La abuela del personaje, Regina, es de origen español colonial y la madre de Gustav, Ana María Hofer, es hija de un médico austríaco destacado en Venecia al servicio del ejército imperial. El profundo conocimiento que Wiesenthal tiene de Europa (Viena, Praga, Berlín, Venecia, Suiza, Rusia) y su obsesiva inquietud de “caminante de caminos” le permite atraernos página a página a una historia en la que surgen escritores como Stefan Zweig, Rainer María Rilke, Thomas Mann, Romain Rolland, Leon Tolstoy (al que Gustav visita en su dacha para hacerle una entrevista). Este lúdico personaje orgulloso de su familia y sus orígenes comienza a vivir progresivamente el avance del nacionalsocialismo en Europa, la alarma de una catástrofe que se ve ya en el horizonte, el comienzo de una concientización cada vez más misericordiosa y comprensiva que no obstante lo lleva a la guerra (ya el Imperio Austrohúngaro ha terminado de desaparecer) y a ser herido en el campo de batalla, esa guerra que llevaría a Europa al desencadenamiento de las dos más terribles sistemas de matar que el hombre haya conocido: el nazismo y el comunismo. Dice Wiesenthal que la fortuna de no haber vivido el caos de la II Guerra Mundial lo llevó a “casi la obligación de dar voz a esos callados que vieron Europa destruída y que no pudieron reconstruirla”. Y dice en otra ocasión: “fue Stefan Zweig, mi primer maestro, quien me legó la Europa que viví”. Para agregar, con esa lúcida ingenuidad del que está de vuelta: “en ese marco situé una historia pasional, romántica y tan emotiva que durante su escritura no paré de hincharme a llorar”. Gustav Mayer  - “un personaje idealista que busca algo en la vida que nunca va a encontrar”, como lo define el autor-  es el espejo emocionante del intelectual típico de la época, de las perplejidades que azotan su existencia, de sus miedos y pérdidas, de su hipersensibilidad ante los sucederes del mundo. No en vano Wiesenthal escribe “Luz de Vísperas” en Sils-María, Suiza, donde Friedrich Nietzsche escribió su “Also sprach Zaratustra”. Según el autor “un lugar mágico y sagrado, lleno de espejismos, donde paso los veranos, pero también una escenografía perfecta para que mis personajes vivan sus pasiones y las canten, como si fuera una ópera”. Y dirá en otro momento: “El gitano y el judío tienen muy desarrollado el sentido de la orientación, emigran como las aves, siguiendo el impulso de sus alas y el estímulo de sus sentimientos. Quizá parece que emigran y sólo huyen (…) No creeré nunca en una Europa que no reconozca, entre sus naciones mágicas, a judíos y gitanos”. Y resume conmovedoramente: “Joseph Strauss escribió un “Vals de las golondrinas” y siguiendo las golondrinas recorrí el curso superior del Danubio, desde Ulm – donde anduve buscando los zapatos del judío errante- hasta Viena. Seiscientos cincuenta y nueve kilómetros exactamente”.  Y agregará -no puedo dejar de citarlo- “A orillas del Danubio, en la vieja Ulm, nació Albert Einstein, matemático, físico y violinista nómada que buscaba las llaves del Unverso, igual que el judío errante. Se dio cuenta enseguida que nuestra vista es pequeña para las dimensiones del mundo y de que nuestros movimientos son torpes para las magnitudes del tiempo. Fue él quien descubrió que los vagabundos del espacio somos viajeros del tiempo. O sea que en el camino de Venecia se encuentra uno a Proust y en un café de Viena puedes citarte con Stefan Zweig, y por Sevilla, envuelto en una capa remendada, anda todavía Cristóbal Colón”. En fin, un ser con el que a cualquiera de nosotros le gustaría interpretar juntos el Andantino del Concierto para flauta y arpa de Mozart, que él tocaba con su abuela. “Y cuando leo a mi maestro Stefan Zweig, todavía creo sentir en sus recuerdos de “El mundo del ayer”, para mí tan venerados, ese ambiguo perfume de conciencia –es un olor de Miércoles de Ceniza- que llevó a tantos vieneses a la consulta de Freud o a la muerte desesperada”.No quiero extenderme mucho más –Wiesenthal estimula con su arte a escribir sin detenerse- pero, aunque falte a la logia de los sibaritas del lenguaje, sugiero leer “Luz de vísperas” como sus dos libros anteriores: “El snobismo de las golondrinas” y “Libro de Réquiems”. No saldrán defraudados. El azar ha querido que Stefan Zweig renazca en Barcelona.                                   Arnoldo Liberman                                                                                                               

Última actualización el Domingo, 31 de Enero de 2010 19:53