Vuelve el genio silente, Zimerman el pianista esquivo. Una grabación de Zimerman es siempre noticia, su aversión a ellas y al tumulto que siempre supone su promoción parece que le hacen evitarlas. Es Zimerman uno de esos personajes a la antigua usanza, un hombre dicen que hosco, malhumorado como quizás lo seamos todos en breve. Su carácter, el carácter de un hombre es su destino nos decían, dota a su interpretación de cierto aire misterioso, intimo y al tiempo reluciente. Zimerman es especial, su sensibilidad se deja ver en cada nota y este disco no es una excepción. Las Sonatas D959 y D960 de Schubert se atemperan en sus manos como arcilla dócil, la profundidad de su interpretación hace de su escucha una experiencia única, que a nuestro juicio no se obtiene de otros maravillosos pianistas de nuestro tiempo. Tal vez Kissin detenta un ideario semejante, esa tradición donde la técnica infalible le deja espacio a la emoción argumental, a la impronta de un mensaje especial que parece susurrarnos al oído la belleza de indescriptible de la música